El estor amarillento (Vita brevis III)

A tientas,

deslizo los dedos por el estuco sedoso de un pasillo demasiado angosto.

 

A ciegas,

las pantuflas palmean, pegándose en el frío terrazo del suelo agrietado.

 

A oscuras,

persiste el rancio olor de la comida en las salas infinitas sin techo.

 

Un estor amarillento filtra la luz de los jardines del sanatorio,

parterres yermos manchados de risas, de gritos y gemidos.

 

Exhausto de cargar entre mis brazos la morbidez de los locos,

estoy bloqueado de vértigo ante el ventanal, reprimiendo una náusea.

 

El estor amarillento tamiza la incontinencia de los cuerdos

y la rocía sobre los cuerpos crispados en los bancos astillados.

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