Acecha la hembra tricolor,
apenas una pátina de sombra.
Cuero tiñoso en el lomo arqueado,
enfunda la cordillera de vértebras.
Hambrienta y maltratada,
sólo el desdén es mayor que la rabia.
Las garras aferradas a una casulla ajada,
rasgan el cáliz y la cruz del brocado desvaído.
Está lista para saltar al rostro de un dios
ubicuo y falaz, de mirada cerúlea.
Resigue implacable con sus uñas
el contorno de una herida en el costado.
Labios abiertos y tumefactos
que guardan el silencio del oprobio.
La presión incierta en la materia blanda,
abre una puerta dimensional en la tiniebla del sagrario.
Mano negra de nudoso leñazo,
descarga el sacristán en el vientre de la bestia.
De un salto atraviesa los batientes misterios de dolor
y cae sobre un suelo frío a la llovizna de sangre.
¿Cuántas muertes más le quedan
en su balance de vidas, a la gata tricolor?

Manolo Millares, 1963