La pantalla del dispositivo sólo refleja el rostro humillado de tu cadáver flotando en cristal líquido.
El eco menguante de tus palabras resuena en féretros ultraplanos y se pierde en las redes sin hilos que ciñen a un pueblo agonizante.
Debes rasgar esta mortaja de silencio y pisar la calle, gritar en la calle, gritar en el aula y el andamio.
En la plaza recibirás el espaldarazo de una compañera desconocida, sentirás el beso de la humanidad que renace del plasma alienante y recobrarás tu aliento perdido.