Asaeta el boreal remoto una máscara sin rostro.
Brillo de lágrima que se detiene, congelada en el pellejo reseco.
Un segundo chasquido desencadena el pánico,
cuándo la primera flecha ya cruza la vista.
Ni siquiera el viento frío la desvía de su trayectoria.
Viaje inconsciente hacia el corazón de sí mismo.
Y se clava, sin sangre y sin ruido.
Escarcha y crujido de la rama quebrada por el hielo.