Vida de Amapola Garrido

Amapola Garrido no estaba loca. Puede que un poco zumbada, pero loca no. No más que cualquier zumbado en esta esquizofrénica ciudad amable y traidora que es Barcelona.
Amapola Garrido trabajaba de conserje en una oficina municipal y no tenía amigos y si alguna vez había tenido le habían durado poco.
Amapola Garrido no era friki, pero observava su entorno y con los datos que seleccionaba amasaba un bolo que luego fermentaba exuberante entre sus neuronas decoloradas.
Amapola Garrido rondaba la cuarentena y era flaca. No era fea pero sus arrugas y su pelo lacio y deshilachado estorbaban bastante a su escasa hermosura. Vestía pizpireta y toda su ropa, que compraba en el Carrefour, sobre sus huesos adquiría una gracia que desconcertaba a sus compañeras de trabajo.
Amapola Garrido salía a desayunar a media mañana sus 20 minutos de convenio. En el bar de la esquina siempre se sentaba a la misma mesa y si estaba ocupada, se largaba contrariada a dar vueltas a la manzana hasta que Jacinto el del bar conseguía desalojar la mesa. No es que la apreciara lo más mínimo, en 12 años no habían intercambiado más que tres palabras “un, café, euro” porque si Jacinto había pronunciado otras, no obtuvieron respuesta, pero un cliente es un cliente y cuesta más conservar a uno que conseguir uno nuevo, de modo que según este oxidado principio comercial, más de una vez que no había estado al quite, el hombre había tenido que rogar compungido a algún cliente que trasladara su bocadillo de tortilla a la francesa y anchoas, su vaso, el vino y el sifón y toda su impedimenta a otra mesa, para que Su clienta pudiera tomarse su café, sin azúcar, aunque como secreta venganza Jacinto no hubiera dejado de ponerle siempre el sobrecito en el platillo.
Amapola Garrido hojeaba la prensa con evidente desinterés, que con su aire ausente, daba la impresión que pasaba las hojas del diario más para darse aire que para cambiar de página y al final, tomaba de un sorbo el café, se acercaba a la barra y con un leve arqueo de sus labios finos y resecos hacia Jacinto, que este tomaba invariablemente por un cuánto es, dejaba la moneda de a euro delicadamente sobre el mármol al tiempo que el otro pronunciaba su frase en ese teatro del absurdo: “un euro”.
Amapola Garrido era cumplidora en el trabajo. Siempre dispuesta a echar una mano si ello no sobresalía del horario laboral o se adentraba en su vida privada y era correcta y hasta amable con los usuarios que a menudo le preguntaban chorradas y obviedades. Pero nadie en la delegación sabía de ella nada más que su nombre y apellido pues nunca había confraternizado ni participaba de cenas ni eventos paralaborales. Su tiempo era demasiado valioso para desperdiciarlo con esos cenutrios, aunque no le hubiera importado tener un aparte con alguna de ellas o alguno de ellos, pero cuando se juntaban parecía como si sus gilipolleces convergieran en un nodo grupal, una estulticia común identitaria que la rechazaba a ella como un deflector antiprotones del crucero estelar Enterprise.
Amapola Garrido vivía en un piso antiguo de altos techos en el anodino “eixample” barcelonés. Conocía a casi todo el vecindario y tenía buen rollo con todo el mundo y hasta cierta relación con su vecina de rellano y su perrita Haruki a la que no le había importado tener en alguna ocasión en su casa si la vecina se lo pedía, aunque ello desbaratara sus planes. Se llevaban bien. Haruki y Amapola se entendían a la perfección y la perra adoraba aquellos ratos junto al balcón en que Amapola le recitaba sus poemas y apreciaba con la mirada perdida en los desconchados de las contraventanas las inflexiones de su voz de pito y la irregular profundidad de sus sentimientos. Entonces Haruki salía al balcón y llenaba sus pequeños pulmones de CO2 mientras reflexionaba sobre el valor de la amistad y qué habría dado de cuanto le pertenecía para poder expresarse como su amiga.
Amapola Garrido escribía poesías y algunos relatos que atiborraban varias carpetas de esas viejas de cartón marrón o azules, con las gomas pasadas forradas de tela, que se desintegraban al tacto, en roñas o en polvillo, según el sudor de las manos que las trajinasen. Porque Amapola Garrido escribía sobre cualquier papel que tuviera a mano y eso no condicionaba para nada su obra. Narraciones fantásticas sobre una receta de la Seguridad Social, góticos versos de amor en el ticket del super, sesudas elucubraciones sociales en papel higiénico. Tal era su determinación y la abstracción de que era capaz si estaba en vena creadora. Y todo ello atesorado sin ningún orden reconocible en aquellos cartapacios. Pero Amapola Garrido, en su peculiar idiosincrasia, no era una persona absolutamente aislada y no siendo nada expansiva, sentía la pulsión de ofrecer a la mirada ajena sus vergüenzas literarias, más allá de los ojos acuosos de la perra de la vecina. Y había descubierto como hacerlo sin exponer su identidad al escrutinio general.
Amapola Garrido era asidua al Media Markt, aunque toda su relación con la electrónica de consumo era un baqueteado movil de primera generación que solo servía para hablar, con alguien claro, gastado de tanto andar dándose viajes contra las llaves dentro del bolso y un bonito equipo de música compacto con muchos botones que nunca habían sido pulsados, salvo el de on/off i la ruedecita del volumen, porque Amapola Garrido encendía la radio de vez en cuando, y no es que la escuchara, aunque la oía, porque de haberlo hecho seguramente la habría apagado al instante.
Iba al Media Markt con el secreto propósito de escribir, pero no para sus adentros, sino para sus afueras, exorcisando sus misterios en las memorias de las tablets de exposición que se alineaban en unos largos pupitres al fondo del establecimiento. Las descubrió hace un año, cuando fue a por pilas para el despertador y se entretuvo dando una vuelta por los pasillos abigarrados de objetos indescifrables. Cuando las vió, se quedó pasmada ante la pulcritud de aquellos ingenios y le arrebató el intuir que tras la sencillez aparente de sus formas se agazapaba la satisfacción del deseo imperfecto de publicar sus desvaríos. Intuitivamente puso un dedo milagroso sobre la pantalla capacitiva de diez pulgadas y esta se retroiluminó, lo que le pareció una señal de reconocimiento como cuando Haruki ponía los ojillos en blanco. Luego, el icono de una libretita con lápiz la condujo al paraíso de la autoedición de bolsillo y entonces empezó a digitar sobre el teclado virtual su poesía semiautomática. La guardó en la memoria de la tablet y al pulsar “aceptar” le invadió un irrefrenable deseo de entregarse, ni físico ni emocional, sino las dos cosas a la vez y desde muy adentro, como una gran ovulación.
Y así fué como Amapola Garrido empezó a frecuentar el Media Markt, al principio uno o dos días por semana, luego más a menudo hasta que tuvo que contenerse porque ni en una vida laboral podría gastar todas las pilas AA que había comprado en todas sus visitas y que acumulaba junto a sus carpetas en el armario. Ella sabía que alguna de aquellas tablets con sus archivos habían sido vendidas y sustituidas por otras en blanco, pero ignoraba si sus escritos seguirían en ellas o habrían sido eliminados por algún empleado o por el propietario del aparato. No le importaba, aquellos versos ya no le pertenecían, los había parido sin dolor y sin amor, felizmente bajo la luz de los fluorescentes y los había lanzado a una vida aleatoria y anónima, que era más de lo que podía pedir para su propia existencia.
Fue una mañana sentada en el bar del Jacinto, mientras se abanicaba pasando las hojas del suplemento de letras del País, cuando atrapó al vuelo unas palabras que la paralizaron. Fijó la mirada en aquellos versos que sabía suyos y que por eso no le interesaban en absoluto pero se quedó tan sorprendida con el artículo que los acompañaba que para leerlo tuvo que tomarse el café antes y pedirse otro. Jacinto flipaba. El comentario venía a decir lo evidente sobre la procedencia del poema y perogrulladas aparte, establecía un paralelismo que a Amapola Garrido no le resultó del todo incómodo. Se trataba de una ilustración con la pintada callejera de grafitero con quien la comparaban y hasta se hubiera sentido halagada si eso cupiese entre la estrechez de sus emociones porque le gustó verse a sí misma un poco como el tal Banksy, aquel artista misterioso que no daba a su obra más valor que a su pensamiento y que permanecía en las sombras para escapar de la especulación carroñera de los mismos a los que criticaba en sus pasquines.
banksy
Banksy

Camí d’Aldovesta

rubio_tinctoriae-populetum_albae_01_p0_aitona_1
tribes.eresmas.net

Diari de Joan Murat
Dissabte 23 de juny de 1945

Avui hem arribat a Benifallet ma mare i jo. Ens ha dut el senyor Pere Bover, que és amic de mon pare, amb el Ford V8 carregat fins dalt. Ma mare ha portat de tot per passar l’estiu.
Abans de que l’enviessin desterrat a Astúries, fa dos mesos, mon pare ho va deixar tot arreglat per aquest viatge.

En lloc d’anar al Mas d’Aldovesta directament, ens hem allargat al poble per a dir-li a Roseta que ja haviem arribat. Quan he baixat del cotxe les cames em feien figa i estava a punt de treure-ho tot de marejat com estava del viatge, gairebé una hora i mitja dins d’aquella tartana amb el caliquenyo del senyor Pere i fent tombollons pel Coll de Som. El mareig se m’ha passat de cop quan l’he vist, encara més guapa de com la recordava i també més inaccessible. M’ha semblat que em mirava una mica distant.

Roseta em farà repàs. Vindrà tots els dies menys els dissabtes i diumenges. En bicicleta s’arriba de seguida perquè hi ha tres quilòmetres i mig plans per la voreta del riu, amb una pujada curta. Només penso en l’hora d’acompanyar-la al poble, tots els dies quan s’acabi el repàs. Aquest diari el porto perquè ella m’ho va suggerir l’any passat, si el vol llegir li deixaré, quina vergonya!

Encabat hem tornat cap Aldovesta. Els masovers ja ens esperaven; quina alegria de veure l’Eusebio i la Teresa altra vegada, quines abraçades! Com els estimo i em penso que ells a mi també. Ens han ajudat a descarregar tot el fato i després ens hem pres una llimonada fresqueta i un tall de coc de cireres sota el parral. El senyor Pere no s’ha volgut quedar a dinar. Ell i l’Eusebio ja es coneixien, també s’han abraçat fort i xarraven fluixet de les seves coses a l’ombra del caqui, que és més gran que la casa; les dos Tereses parlaven de coses de dones, mentre jo he començat un diàleg amb aquell bosc del riu, els moixons i els insectes que m’han donat la benvinguda, com a un vell amic. Ells són els meus únics amics aquí perquè casi no hi ha xiquets de la meva edat al poble i els que hi ha, treballen al camp.
Ara que ja és de nit, escric això amb la llum titil•lejant del llumaner.

Gitat al matalàs de palla, escolto els grills i de tant en tant l’udol del dúvol sobre la remor serena del riu.

Diumenge 24 de juny de 1945

Avui faig quinze anys. Com és diumenge no he fet repàs. Aquest matí he anat a buscar papaterres per a pescar i encabat he arreglat la bicicleta, sense ella no podria sortir d’aquest món perdut que és l’al•luvió d’Aldovesta. Després de dinar he anat al cafè i he convidat a tots els homes a una ronda amb els diners que em va donar mon pare per això. N’hi havia setze i els coneixia a tots per que ens fan les olives i les garrofes i ajuden a Eusebio sempre que cal. A dos no els coneixia, eren uns forasters tots mudats que parlaven en dons, devien voler anar a Cardó.

Ahir va obrir el Balneari, ho he vist a la Vanguardia que tenia Paco el del cafè damunt la barra, vet aquí els dos forasters. Al poble gairebé no es nota, perquè els clients, que són tots de Barcelona, hi van des de Rasquera, però demà li diré a ma mare per si vol que hi anem a passar un dia, que tot allò és molt bonic…

Dilluns, 25 de juny de 1945

Estic rebentat però content. Aquest matí a les nou ha vingut Roseta amb la seva bicicleta i el portamantes carregat de llibres. Entre els que ha dut ella i els que portava jo, la taula del carrer baix del rafal ha quedat plena. De les nou a les onze mates i català, un quart d’hora per esmorzar i fins la una, ciències i castellà. Així serà tots els dies menys els que fem llatí. També m’ha posat deures per demà i el divendres em farà examen de la setmana. Com vaig perdre dos cursos per culpa de la guerra vaig endarrerit a l’institut, però hi ha gent que està molt pitjor que jo.

Cap al migdia començava a apretar la calor, el sol travessava el canyís i la parra. Per sort un airet de baix orejava l’ombra de davant de casa; portava totes les olors del riu i m’estirava lluny dels llibres i dels quaderns. Rosa se’n ha adonat del meu neguit i com era el primer dia, hem acabat mitja hora abans…

Joan va deixar el quadern i va repenjar el cap al respatller de l’hamaca amb els ulls tancats. La remor del trànsit no ofegava el panteig que li causava la lectura d’aquelles fulles esgrogueïdes, amb el traç desconegut d’un llapis esvaït feia trenta anys. Evocar els propis records com si fossin viscuts per un altre, el colpejava frontalment i li feia trontollar el cos i l’ànima, mentre llençava la mirada a l’infinit del cel de Barcelona des de la terrassa del seu àtic a la Gran Via.

El dia abans, Joan Murat, advocat emergent de quaranta-set anys en la Barcelona post-franquista, havia tornat d’una estada de tres dies a Benifallet i a Tortosa, per tancar la venda de la finca d’Aldovesta, que pertanyia a la seva família des del seu besavi. En la visita que van fer amb els compradors, amb prou feines va reconèixer els paisatges de la seva infantesa. Les transformacions agrícoles havien alterat la fesomia dels camps i les filades de tarongers pautaven una terra d’al•luvió on abans regnava un bosc de ribera primitiu.
El mas era la única referència en la seva memòria i allà, en un racó de les golfes, un bagul querat guardava entre domassos vells aquest diari.

Dijous, 12 de juliol de 1945

…. Avui Rosa m’ha demanat que no l’acompanyi de tornada al poble perquè havia de fer un encàrrec a l’hort d’uns parents. Això m’ha estranyat i quan ja havia marxat i l’he vist per la costa de la carretera, he agafat la bici i l’he seguit. Quan baixava per la carretera, al camí de l’Aumidiella he vist dos homes que no coneixia, vestits amb botes i granota de color caqui, que portaven unes carrabines en bandolera i la bicicleta de Rosa repenjada en unes bardisses. He anat cap allà de seguida, preocupat per si li havia passat alguna cosa i quan aquells homes m’han vist he notat que es posaven molt nerviosos. Quan els he preguntat per Rosa ha semblat que es relaxaven una mica i un d’ells, somrient m’ha dit que no em preocupés, que Rosa estava bé i que havia parat a fer un encàrrec i ells només eren allà per vigilar que ningú no li prengués la bicicleta. Suposo que Rosa era molt aprop d’allà i que al sentir-me, ha vingut corrent seguida per un home jove i alt que portava un naranjero penjant en bandolera i em mirava amb mala cara. Rosa m’ha abraçat com si em volgués salvar d’algun perill i això m’ha fet pujar tots els colors a la cara, alhora que m’ha donat l’explicació de tota aquella reunió d’homes armats, que evidentment ni eren caçadors ni guàrdia civils. He degut fer una cara còmica perquè l’home que venia amb Rosa i que semblava qui manava més del grup, se li ha eixamplat el somriure i se m’ha presentant com a Miquel Durà, mentre aixecava el puny de la mà dreta i m’advertia que mantingués aquella trobada en secret si apreciava la meva vida, la de Rosa i les nostres famílies. Tampoc no li hagués calgut fer aquesta advertència, jo ja se guardar un secret però li he jurat que no ho diria a ningú, ni a ma mare i que podien comptar amb mi per qualsevol cosa. Això els ha fet riure a tots quatre menys a Rosa que s’ha quedat esmelegant-se i plorosa mentre jo emprenia camí de tornada cap a casa….

Una esgarrifança li va recórrer l’espinada en recordar aquests fets, el primer contacte amb el maquis i la seva fidelitat gairebé genètica a la causa republicana, el fet que aquells guerrillers reconeguessin en ell, un marrec de casa bona, un camarada, algú amb qui podien confiar, ara li causava vertigen, quan pensava que aquelles mateixes pàgines eren la traició latent del jurament de silenci que havia fet i una sentència de mort contra tots, si haguessin caigut en mans equivocades.

Dimarts, 24 de juliol de 1945

…Des de fa una setmana que a migdia la patrulla de la Guàrdia Civil es presenta a l’hort. Primer em pensava que venien a fer una ronda de vigilància, però ara ja se que el tinent de l’escamot ve per parlar i festejar la Roseta. De passada es fan servir menjar i beure per a tots, com si això fos una fonda i com si no sabessin que a casa nostra no som de la seva corda. Més els valdria anar a fer la gorra a l’hort del Tomàs, que allà sí que són de Franco i dinarien en companyia del retó, que s’hi passa mitja vida i els hi faria unes bones benediccions de taula. Rosa ja n’està farta però s’aguanta i li segueix la beta i jo se perquè….

Quan ja era fosc i m’estava fent una fona amb un colze d’olivera a la llum del parral, he sentit un soroll entre les mates del rocar. M’hi he atansat amb molta cura i he vist el Miquel Durà amb dos més que estaven a la porta de la cuina parlant amb la Teresa i portaven uns cistells plens de fato. La Teresa els hi explicava les visites de la Guàrdia i el Miquel li responia que ja ho sabia, que ho havia vist tot des del costeret de dalt on s’hi havien passat tot el dia i que si no s’havien carregat aquells guàrdies era per no portar-li problemes a ella.

maquis
paredesz.blogspot.com.es

Quan una mà pesant com un sac m’ha caigut sobre l’espatlla, m’he quedat atordit de l’espant. Un dels homes de la partida que estava de vigilància m’ha descobert o no m’ha deixat de veure tota l’estona i ha decidit que era el moment d’acabar amb el joc. M’ha aixecat i m’ha dut a la llum, davant del Miquel i la Teresa. El Miquel no semblava gaire content de veure’m i l’esglai la cara de la Teresa , pagava. Però tot i així m’ha encaixat la mà abans de marxar amb el seus camarades en direcció al riu. Després he sentit el xipolleig d’uns rems vogant a l’aigua i em penso que han passat amb una barca a l’altra banda.

Dimecres, 25 de juliol de 1945

Aquest matí li he volgut explicar a Rosa els fets d’ahir però no n’ha volgut saber res i tampoc no li he volgut preguntar perquè.

Quan anava a pescar he trobat una de les muletes de Xalamera amagada entre els albers i tapada amb branques, devia ser la barca que havien fet servir els maquis ahir perquè encara tenia aigua per dins i el solc que havia deixat la quilla marcada al fang encara estava ben tova….

Dijous, 26 de juliol de 1945

Avui Rosa m’ha deixat que l’acompanyés al poble, potser per lliurar-se de la insistència del tinent Garrido que avui estava especialment desagradable. Quan he intentat parlar amb ella del Miquel, s’ha posat a plorar. Hem hagut de deixar les bicicletes i asseguts a l’ombra d’un garrofer m’ha explicat que el Miquel se’n anirà, si no ho ha fet ja, cap a França, on va combatre contra els alemanys a la guerra i d’on va vindre fa uns mesos per organitzar la guerrilla en aquesta zona, però com gairebé no tenen homes ni recursos i cada cop estan més encerclats, ell se’n torna i els altres es dispersaran per Espanya.

Després de deixar-la a casa seva, he entrat al cafè a prendre’m una gasosa i me n’he assabentat que ahir a la nit, una explosió va arrasar el transformador elèctric de Pinell de Brai. No he pogut evitar sentir un gran alleujament, de pensar que els maquis ja estaven a resguard per les muntanyes de Cardó perquè la muleta havia fet el viatge d’anada i de tornada la mateixa nit.

Quan he arribat a casa els Guàrdies ja no hi eren, devien buscar els autors d’aquell sabotatge i per un moment he desitjat que se’ls trobessin.

El brogit de la ciutat al capvespre era omnipresent fins i tot al pis 12 de l’edifici de Gran Via. Joan va tancar el diari i el va deixar sobre la taula on el ducados que s’havia encès, semblava que en una altra vida, era un cuc de cendra damunt del cendrer de Boccaccio.

Ara recordava fragments de la conversa amb Ramon, el fill de l’Eusebio i la Teresa, que l’havia acompanyat en la visita a la finca. Retalls que ara adquirien tot el sentit i que una setmana abans ni tan sols havien merescut la seva atenció, xafarderies de poble, noms que ara esdevenien rostres, rostres que eren persones amb les quals ara reconstruïa el fil d’una teranyina de sentiments que havia quedat per molts anys empolsegada en un bagul oblidat en un racó de la fi del món.

Recordava que el Ramon li havia explicat que la Rosa va marxar aquell estiu cap a Barcelona, per treballar i estudiar magisteri i segurament, va pensar ell, fugint de l’assetjament del tinent Garrido. També li va dir, sotjant-lo inquisitivament sense que Joan sàpigues ben bé perquè, que un any a principis dels 50, la Rosa, que baixava tots els anys amb la seva mare a festes del poble, va coincidir amb un oficial de l’exèrcit francès que hi havia anat amb un cotxe oficial de la seva ambaixada i que després de conèixer-se i fer-se inseparables durant dos dies, havien marxat plegats, deixant una sensació de derrota permanent en el tinent Garrido i un estol d’escàndol i murmuracions entre la major part dels vilatans.

Joan Murat va esclafir a riure fins que les llàgrimes d’alegria es van barrejar amb el plor de la nostàlgia que el reconciliava amb els seus fantasmes de l’adolescència.

T-301

Vaig en bici per la T-301 acabada d’asfaltar.
Amb les meves cames de suro no trobo la cadència, pedalo quadrat però m’abstrec de qualsevol pensament perquè vull regir al menys, el manillar de la meva bicicleta aquest matí.

Segueixo traçant suaument aquesta línia fina entre el riu i el canal
gràcies a l’oxigen que aleno amb dificultat, preciós regal del bosc de ribera.

Pujant el Coll, les pulsacions es volen desbocar,
corones amunt i respiracions profundes, controlo el dolor en aquest Tourmalet particular,
per sort avui totes les sargantanes han vingut a animar-me.

Ni baixant vaig còmode, quatre pedalades potents per agafar velocitat
són quatre voltes de torniquet a tots els músculs del cos,
però aigua avall, em deixo lliscar per les revoltes i m’omplo de tot l’aire que puc abastar.

Les cases dels horts exposen caixes de préssecs a l’entrador del caminal
i em pregunto perquè no hi posen algú que llenci fruita sucosa i dolça als ciclistes defallits.

Volto al final del poble i me’n torno pel mateix camí.
La marinada avui és un mur infranquejable, m’acoplo a la màquina
i com un pistard fent l’americana amb les flors de baladre i el pericó,
vaig guanyant metres cap a la meta d’aquesta clàssica.

t301

Picnic a South Beach

picnic1
bonhams.com

El menjador de casa dels Sloan es feia petit per tots quatre, però era un gran plaer tenir a casa els seus amics Linda i Robert Henri, que es quedaven a passar la nit després del dia de platja tan fantàstic a South Beach.

Aquell matí, havien quedat a les vuit a l’estació del transbordador del West Side, amb els Henri, la Flossie i l’Everett Shinn, en William Glackens i el George Lucks.  Tots a prop de la quarantena, s’havien conegut aquell any i per això es van anomenar el “grup dels vuit” i compartien una sòlida formació artística i una forta consciència social.

La travessia amb el transbordador formava part de la diversió, si les aigües de la badia del Hudson ho permetien. Els diumenges d’estiu com aquell, una orquestrina animava els gairebé noranta minuts que durava el viatge de 10 milles fins a les platges de Staten Island i els venedors de menjar, begudes i tabac proclamaven inútilment els seus productes entre el passatge de classe treballadora, perquè tothom anava ben proveït de queviures per passar el dia.

picnic2
railroadpostcards.blogspot.com

La jornada a South Beach havia estat molt divertida, menjant, bevent i rient en la confiança i la despreocupació de la camaraderia. John no havia pres ni un apunt a llapis, com era habitual en ell, però en la seva retina havia quedat gravada aquella imatge de felicitat i unes notes escrites en un bloc, li servien ara per començar a esbossar meticulosament el llenç.

L’Illa artificial de Hoffman, on s’hi amuntegaven els immigrants en quarantena, la gràcia amb que la Dolly s’arreglava el barret, la mainadera amb el nen, els jugadors de pilota… no podia sostreure’s al desig de formar part d’aquella escena i es va dibuixar ajagut sobre la sorra vora l’aigua, com un observador accidental. Ho feia amb traços curosos, lents, plasmant els detalls que comunicaven el batec de la realitat, de la gent corrent que ell pintava. Perquè creia, com els seus amics, que l’art no es pot separar de la vida.

Repassava meticulosament els gestos d’aquells personatges tan propers i el rostre de la seva estimada Dolly jugant i rient a la platja i alhora pensava com havia canviat aquella noia amb la que portaven set anys casats i a qui havia conegut en feia nou en un bordell, on ella es prostituïa per arrodonir el miserable sou del magatzem on treballava. S’havien enamorat i s’estimaven incondicionalment des d’aleshores. Ella des de la seva personalitat extrovertida i lúcida, colpida per la xacra d’un alcoholisme que no acabava de superar. Ell des del seu caràcter introspectiu i calmat, amb un amor i una paciència infinits per ajudar-la a deslliurar-se de la seva addicció.

Per consell del doctor Humboldt, en John portava un diari on escrivia els seus sentiments vers ella, els avenços que observava en el seu caràcter i en les seves actituds quotidianes, amb l’esperança que ella el llegís secretament algun dia i que això li refermés l’autoestima. L’actualitzava diàriament i hi esmerçava tanta passió que havia arribat a oblidar el motiu de portar aquell diari.

Mentre seguia esbossant sobre la tela, buscava les paraules que millor descriurien aquell diumenge  i com expressaria la joia de veure la seva Dolly brillant sota el cel trencat de la badia baixa de Nova York. Però hauria d’esperar fins l’endemà, que podria fingir treballar en els mots encreuats del Philadelphia Press o en algun encàrrec d’il•lustracions, per abocar els seus sentiments sobre un paper que ella havia arribat a conèixer tant bé com a ell i la seva incapacitat per expressar-los obertament.

 

picnic3
John F. Sloan, Banyistes a South Beach, 1907/1908
http://relatsconjunts.blogspot.com

Viacrucis

Érem xiquets de camal curt i tresors a les butxaques,
de berenar pa amb sucedani de xocolata i arrea.
Ta iaia te repentinava amb la mà ensalivada
i t’enviava a veure la processó
–Au fill meu, ja pots anar detràs d’un combregar i aspai de prendre mal i de fer-ne.
Vesengràciadedéu!

Éren temps de sissinyó i quemanevosté, temps en blanc i negre.
Blanc de poca farina i d’ossos calcinats sota un sol falangista,
negre de dol i de sotana.
Àngelamaria!

L’olor dels ciris barrejada amb el pixum dels carrers estrets del poble.
Déumonguard!

Mantellines negres remugant pels balcons i les voreres.
Avemariapuríssima!

Retruny de timbals i esgarips marcials de cornetes.
Alabatsigadéu!

Reflexos feridors de xarol dels tricornis.
Déumonaparte!

Estrèpit de llaunes i braf de cassalla, los armats i lo capità manaia.
Marededéussenyor!

Lluentes estàtues bambolejants sobre els passos. Rostres sobreactuats de mirada inquisitiva.
Te condemnaràs com una pota de burro!

Passen les vestes, les cares tapades i les cucurulles molt altes,
i em trobo encara al mateix carrer, en el bucle d’un viacrucis.
Setantavuitena estació de dolor, lo poble segueix caient sota el pes de la creu i a terra, rep el flagell dels lladres i dels poderosos.

viacrucis

Paisaje romántico

Agazapado entre los juncos del estanque en el que nadas,
tan aquietado el corazón como se pueda,
escribiré un hermoso poema de amor a la naturaleza.

Absorto en el brillo ondulante de tu espalda,
sofocaré el latir del sentimiento,
y conjugaré expresar por describir, en el intento

de retratar un frondoso paisaje romántico con náyade,
y luego me quedaré, para admirarla en secreto
entre las ruinas del templo de una diosa del amor pagano.

romantico
Oli d’Ignacio Pinazo Camarlench

 

Jotes del caragol

Quan mun pare asllemenava
li dien lo “Caragol”,
no tenia cap cultura
pero mos va crià ell sol.

Io tinc un ordenadó
perqué vaig anà a costura
i quan puc un ratet, llijo
u ascric en poca soltura.

Lo sentit i la llargada
és l’únic que corregixo,
de fato d’ortografia
ni ne sé, ni m’aclarixo.

Aspresà tot lo que sento,
en estos versets voldria,
io sóc tal com ells ho aspliquen,
sense gens d’hipocresia.

Des d’estos púlpits tan alts,
n’hi han alguns que pontifiquen
ascupinyant capellans,
i oco avall que no rellissen.

I fotiguen la morrada
si no s’aixuguen abans,
que cal sé ben poc sabé
pa no fé serví les mans.

I a la vora del canal
hi ha una mata de fonoll
i a mi per dins del camal,
me baveja un caragol.

Pos no cal sabé de lletra
per a dí la viritat
i en esta me despedixo,
ambustero pero honrat.

caragol
Foto: rebostbages.cat

Swing

roaring-20s-party-700x300
Foto: tastyathome.com

M’assec al bar de l’estació
amb un cafè en un got de paper, només per fer temps.
És un espai inhòspit, ple de gent que no s’atura.

Un bràmul somort,
barreja de tots els sorolls del vestíbul immens,
tiranitza els pensaments i les converses.

Amb prou feines el fil musical
destil·la un swing rogallós
entre l’aixeregall de cacofonies.

Flueix la veu d’un gramòfon incorpori
que tenyeix en blanc i negre
els colors estridents.

La llum de les bugies allargassa les ombres.
Fum de cigars imaginaris difumina els contorns
i vesteix amb damasquinats les tapisseries.

Les plomes de paó
esventen el riure desenfadat de les senyoretes
fent dringar les copes de xampany
amb els collars de perles.

Fotografia clivellada quan s’atura la música
i alentides, les ombres desapareixen
quan la llum ominosa dels fluorescents
escorxa l’escai de les cadires.

El fum blavós dels havans s’esvaeix
i els contorns fereixen la mirada,
però jo segueixo marcant el ritme del swing amb el peu
mentre distretament m’espolso la solapa de l’esmòquing.

50 palabras

Tras el accidente apenas recuerdo nada, tan solo cincuenta palabras para expresar mi amor. No me reconozco, ahora inmovil en esta cama; ni a ti, pero te he amado siempre, desde que viniste, hace un momento.
Aunque da igual, estás aquí y tampoco puedo decírtelo, únicamente mirarte, llorando hacia dentro.
johnny
Foto: “Johnny got his gun”. World Entertainment