Vida y muerte de la gata tricolor

Acecha la hembra tricolor,
apenas una pátina de sombra.

Cuero tiñoso en el lomo arqueado,
enfunda la cordillera de vértebras.

Hambrienta y maltratada,
sólo el desdén es mayor que la rabia.

Las garras aferradas a una casulla ajada,
rasgan el cáliz y la cruz del brocado desvaído.

Está lista para saltar al rostro de un dios
ubicuo y falaz, de mirada cerúlea.

Resigue implacable con sus uñas
el contorno de una herida en el costado.

Labios abiertos y tumefactos
que guardan el silencio del oprobio.

La presión incierta en la materia blanda,
abre una puerta dimensional en la tiniebla del sagrario.

Mano negra de nudoso leñazo,
descarga el sacristán en el vientre de la bestia.

De un salto atraviesa los batientes misterios de dolor
y cae sobre un suelo frío a la llovizna de sangre.

¿Cuántas muertes más le quedan
en su balance de vidas, a la gata tricolor?

 

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Manolo Millares, 1963

No tiene sentido

No tiene sentido
la sombra lacerada por un ángulo recto,
ni el aire herido por un muro de cristal y de acero.

No tiene sentido
el ruido de palabras rompiendo el silencio,
ni la música importunando el tedio.

No tiene sentido
la razón, el sueño o el deseo,
ni lo falso, ni lo cierto.

No tiene sentido
ni el infierno, ni el cielo,
ni el amor, ni el odio, ni el miedo.

No tiene más sentido
que una gota de rocío en una brizna de hierba,
cayendo al suelo.

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Las manos vacías

Ver entre las manos vacías
a un gorrión comiendo
las migajas de pan seco de tan viejo
y esperar que levante su vuelo
dejando plumas entre tus dedos,
sin temer ni desear
que se aleje por el aire frío
del cielo sin nubes.
Tan sólo esperar y pasar el invierno.

Acunar entre las manos vacías
a un gorrión dormido,
confiado en su humilde lecho
y esperar que se despierte
con la primera luz de la mañana
sin temer ni desear
que reconozca en tus ojos
la mansedumbre de su madre.
Tan sólo esperar que despunte el alba.

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El pailebote

Restos de un barco varado en la arena
junto a un faro escorado de piedra.
Olas que lamen el casco del pailebote,
obra viva y obra muerta de las cuadernas abiertas.

Olor de brea en la bodega y ecos de voces de los oficiales.
Los espectros de los marineros, exiliados de la tierra firme,
se ocultan como ermitaños en viejas conchas abandonadas.
Rumor de las olas rompiendo en la proa, el póstumo cabotaje.

Las grandes piedras del muelle vacío
observan la silueta del pecio contra el horizonte.
La luz del atardecer abrasa las aguas de la bahía,
en los blancos veleros regresan los turistas a puerto.

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El estor amarillento (Vita brevis III)

A tientas,

deslizo los dedos por el estuco sedoso de un pasillo demasiado angosto.

 

A ciegas,

las pantuflas palmean, pegándose en el frío terrazo del suelo agrietado.

 

A oscuras,

persiste el rancio olor de la comida en las salas infinitas sin techo.

 

Un estor amarillento filtra la luz de los jardines del sanatorio,

parterres yermos manchados de risas, de gritos y gemidos.

 

Exhausto de cargar entre mis brazos la morbidez de los locos,

estoy bloqueado de vértigo ante el ventanal, reprimiendo una náusea.

 

El estor amarillento tamiza la incontinencia de los cuerdos

y la rocía sobre los cuerpos crispados en los bancos astillados.

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Nada (a Timoteo Hernández Sánchez)

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Nada queda tras la lluvia
entre las baldosas frías,
ni las hojas ni las huellas
que acumularon los días
en el patio de la escuela.

Nada permanece igual
tras las ventanas abiertas,
cuando los turbios recuerdos
ha barrido de las aulas
la furia de la tormenta.

Nada recuerda tu paso,
ni se escucha ningún eco
por las salas en penumbra,
sólo el ulular del viento
entre rejas herrumbrosas.

Nada en los viejos jardines
cultivados por el tiempo,
pasea la mirada vacua
el ocre de los rastrojos
desde el camino asolado.

Nada, nada, nada,
nada de ti ni de nadie,
permanece entre estas ruinas,
y sólo un rayo de sol
ilumina mi memoria.

La flor del cactus

El alba desgarra unos retazos de nubes lechosas que enturbian la sierra,
igual que los sueños opresivos se desvanecen un poco con la proximidad del día.
No es una vigilia, sino la duermevela de los insomnes, un vagar por los espacios
oníricos con los ojos abiertos.

Una flor de cactus se abre a la luz de la luna y esparce su perfume dulzón, como de puta vieja, por el pequeño jardín.
Todavía veo tu culo en mi mano y flota en mis neuronas el olor de tu coño anhelante, cuando estábamos sentados en la bancada de piedra de la plazoleta, hace apenas cinco minutos.

Se ha terminado el café, pero la taza aún está caliente encima de la mesita. No hay que dejarla enfriar hasta vaciar la cafetera, luego, la excitación enmascarará a la desidia.
Puede que hoy no salga el sol. Mejor. Será como llevar pegadas las sábanas y tu recuerdo, hasta que vuelva a verte, esta noche.

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foto de: Violeta de mil colores
flickr.com/photos/itafloress/5098055859/

 

Rose y el mar

Cada vegada que vaig a la costa, me retrobo amb lo paisatge domèstic de la badia, les salines, la Tancada i no puc evitar d’aturar-me un ratet, com si volgués dir-li alguna cosa o escoltar-lo, per si em parlava.
La mar de fora, avui embravida, amera lo Trabucador de bromeres i t’escarritxa la cara de sal i d’arena.
La mar de dins, sembla una bassa. La pontona domés se gira de popa, lentament, quan la vaig a retratar.
Comença a caure una pluja fina, hauré d’anar passant o acabaré xop i gelat.

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Rose y el mar.
Una barca se mece a lo lejos, en una deriva inmóvil, como un perro fiel que vagabundea siempre cerca de su casa.
La primera lluvia fina de otoño nos reúne bajo su velo vivificante, a la barca, a Rose, al perro y a mí. Pero tendré que salir de este ensueño y ponerme a pedalear, rápido, para que mis huesos empapados vuelvan a entrar en calor.

Agua del Nilo

No puedo oponerme a tu avance hacia mí,
incluso extendería a tus pies
una alfombra tejida de mil amores.

Pero prefiero escuchar el punteo de tu guitarra,
desde esta roca resbaladiza en la que me gusta sentarme
a contemplar el lago de color de agua del Nilo.

Te imagino llegar descalza, pisando la tierra mojada
y una brizna de hierba en la boca
me trae el sabor de tu piel y de tus besos.

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Lac redon, 2009